Rugido Austral
napalm death
en el teatro cariola:
Instinto de supervivencia
La relación de Napalm Death con Chile tiene ingredientes que hacen de cada visita un ritual obligado para los amantes de la música extrema. Desde aquella recordada jornada en el entonces Estadio Chile –hoy estadio Víctor Jara- en 1997, los de Birmingham se han asegurado una localía ganada a pulso, en base a una integridad a prueba de todo. El ruido y la denuncia convergen en un bestiario que va para los 40 años igual de urgente y frontal, con una discografía tan incorruptible como la honestidad de sus creadores. Y en Chile, un país fracturado desde el golpe de estado el 11 de septiembre de 1973, con el regreso a la democracia fue más bien un arreglo político que un cambio real tras 17 años de dictadura, la música extrema -llámenle metal, hardcore, punk, etc.- se vuelve una vía de desahogo ante la injusticia y la indolencia de la clase política. La banda sonora de quienes no podemos cambiar todo, pero sí gritarlo todo.
Queremos pensar que la nueva paliza sónica de Napalm Death en Chile cae como anillo al dedo en la contingencia de ayer y hoy. El caso Hermosilla y los 17 millones que cobra cierto personaje político por labores “académicas”, entre otros temas sabrosos de nuestro acontecer, parecen caer de perilla en este nuevo encuentro con la música para la gente enojada. No es solamente “la furia del grindcore británico” -la manía de cierto “periodismo” por recurrir al cliché barato sin entender nada-, sino un sentimiento de protesta y rabia contra el status quo, lo que trasciende cualquier frontera y latitud. La indolencia de la clase política -de la vereda que sea, el mercadeo depredador, la penosa realidad de nuestra condición humana. Lo peor de lo nuestro refregado a la cara.
04 de octubre 2024
Por: Korgull McLeod
Fotografías: Francisco Aguilar
Una velada de aquellas que se estampan en la mente fue la que se vivió anoche en el icónico Teatro Cariola, gracias Spider Prod., con la presentación de dos grandes: Napalm Death y Lucifer quienes hicieron arder las paredes del averno con la intensidad del sonido.
Como antelación al furioso encuentro, se presentó por primera vez en nuestro país Eskrota, en una tarde calurosa de primavera mientras el Teatro Cariola comienza a recibir a los malditos que escapan de la calle para refugiarse en las banderas de una jornada épica. Fuimos pocos los que acompañamos a Eskröta, banda oriunda de Brasil que desarrolla un Crossover al hueso con letras y una filosofía que levanta banderas de igualdad en una lucha que se acrecienta en cada embestida qué trío desarrolla sin contemplación alguna.
Los grados de calor fueron siempre en aumento por el avasallador golpe que la banda impregnaba en la mente de aquellos que viven estrechos entre cuatro paredes, el incansable frenesí no dio tregua alguna desde que las primeras melodías que Eskröta escupió desde el escenario. Con una máxima de agresividad que abría el Vendaval, los golpes llegaron directamente al cráneo, riffs poderosos y sin concesión a nada, desde Brasil comenzaban a golpear la guardia. Ya que Eskröta no tranza en su manera de avasallar tanto en el discurso como en su andar, las letras son directas que hacen arder el culo a esos malditos pechoños, con riffs llenos de agresividad que van inundando de insanidad.
Exponentes de un crossover-thrash al hueso, el canal perfecto para escupir su contenido directamente activista. En la misma línea que sus coterráneos de Violator, Torture Squad y Nervosa, con dos cucharadas y a la papa le dan un golpe de K.O. a todo prejuicio o discurso de odio. Incluso debiendo lidiar con algún problema de sonido entre medio, se las arreglan para salir airosos. Yasmin Amaral en guitarra y voz y Tamyris Leopoldo en voz y coros, ambas se paran con el desplante suficiente para descargar todo su arsenal, mientras John França les da a los tarros como si se le fuera la vida.
Entre medio del cover a Sepultura con “Troops of Doom” y el remate con “Mulheres”, la propuesta de Ezkröta nos recuerda lo que hace en Chile una agrupación de la talla de Vilú. Diferencias de matices, pero con el mismo sentimiento combativo ante la cerrazón ajena. Y ambas agrupaciones, compuestas por mujeres, tienen un baterista que se amolda al esquema de protesta y celeridad que le da al metal una razón de ser. Sean en estos tiempos, ayer o mañana, Ezkröta pasa la prueba en su primera vez en Chile por mérito propio. Por una causa tan propia como de quienes reclaman por lo justo.
La tarde dentro del Cariola seguía con un vendaval de ácida llovizna envenenada, que nos atizó desde la entrada, los malditos que esperamos sedientos por descargar la furia acumulada, fuimos partícipes de un huracán que nos golpeó desde el umbral para no soltarnos jamás. Ennegrecido en nuestros colores nos entregamos a una lucha sin arbitraje, en la cual los alcoholes fueron el brebaje que calmó por momentos la sed de aquellos que sin piedad se entregaron este maldito ritual.
A pesar de la poca asistencia registrada hasta pasadas las 18 horas, Demoniac se juega todo por el todo. Llevan 10 años proyectando un nimbo oscuro de metal puro y único. Desde el corte que titula su más reciente producción “Nube Negra” -editado el año pasado, y seguramente el más ambicioso de todo su catálogo-, nos vamos a un despliegue de fuerza y categoría que los tiene hoy como la banda más importante del metal chileno. No son palabras de buena crianza, sino que es una constatación de las virtudes de una propuesta que aniquila toda vertiente de pensamientos cuerdos.
En cada bocanada que Demoniac escupe con rabia proyecta una pasión que desborda entrega y ferocidad de oscura presencia que contamina a todo el Teatro Cariola el cual empieza a llenarse para vivir el descontrol que se vuelve pura bestialidad sin atisbo de piedad e inagotable fuerza. Todo es un amasijo de sudor y crueldad que en cada riff nos va impregnando el maleficio en el cuál somos llamados. Como un tornado sin precedentes Demoniac volcó toda su capacidad interpretativa llena de virulencia, bestialidad y tecnicismo que hacen del grupo un imperdible en vivo, es la oscuridad que enceguece la luz más radiante, en dónde Demoniac emerge como un ente de galopante desenfreno sin atisbo de frenos.
Cuando la tormenta cae con inclemencia el pasado vuelve al ruedo haciéndonos divagar por lo consumible de lo inevitable del paso del tiempo, la muerte, esa que está cada vez más próxima, se adueña de cada rincón cómo un ácaro malévolo que se llena de perversión, succionando los sentidos aplicando tormentos para aquellos que se vuelven sordos y ciegos, se vuelve a cada instante en un incandescente suplicio.
Demoniac nos llevó a un paroxismo necesario con sus temas más conocidos como “Nube Negra“, “Death Comes“, “The Trap“, “Granada” y “Equilibrio Fatal“, en dónde se conjugó la oscuridad plena con la bestialidad tremenda, siendo el testigo que observamos desde primera línea, alzando las voces para que nunca más el silencio carcoma el grave latido de nuestra voz. Por algo vienen de tocar en el Hellsinki Metal Festival. La primera banda chilena en tocar en un evento de primera división. Y para eso, además de recorrer un largo camino, hay que tener claro el objetivo. Si a Demoniac les va bien y su presente es fulgoroso, es porque sus músicos son metaleros dedicados. Todos dedicando su vida a un proyecto con futuro esplendor.
Con casi dos décadas de carrera, Gangrena es un nombre obligatorio en el death metal a nivel local. Nada de dobles intenciones ni rarezas. Porque “Yo soy el fuego”, “La sangre inicia” y “Gritos en la oscuridad”, una a una cae como misiles y devoran como pirañas. Esto es death metal a la vieja usanza, donde bajan las revoluciones solo para descargar todo su peso sonoro y desgarrar la carne viva. Pensemos en Malevolent Creation y otros referentes que mantienen un status de culto entre quienes los devotos del lado más purista del género.
Originarios de Chillán, los chicos demuestran su orgullo como banda de provincia. De esas bandas que han recorrido un camino largo y pedregoso. Razón suficiente para que “Un acto perverso” y “Crisis de pánico”, ambas de su segundo disco De Vuelta al terror (2011), obtengan la recepción que merece una agrupación que se enfoca en lo suyo. Relatos de crímenes sangrientos, asesinos seriales y escenas ‘gore’ que en el directo ganan en energía y firmeza. Eso es jugársela, aprovechar el tiempo acotado en el escenario y dejar en claro que el death metal, ante todo, es consecuencia desde las vísceras.
La nota disonante en una noche de brutalidad sonora. No es una crítica, sino que es la sensación que nos dejó el anuncio de Lucifer como invitados especiales de Napalm Death. Quizás no tan descabellado, si consideramos que Nicke Andersson fue baterista y genio conceptual de Entombed en sus inicios hasta Wolverine Blues (1993), para después emprender su propio vuelo de rock n’ roll garajero y punketa al frente de The Hellacopters. No se puede entender el metal extremo sin Suecia. El metal en todas sus variantes, en realidad. Y Lucifer, el proyecto que lidera junto su esposa, la cantante Johanna Sadonis, es una muestra contundente de todo eso. Tras su debut en nuestro país en 2022, era cosa de tiempo el retorno. Y más aún si venían promocionando “Lucifer V”, salido del horno en enero de este año. La vez anterior estaban promocionando “Lucifer IV” (2021), suficiente para que “Crucifix (I Burn For You)” arrancara el sabbath de riffs y psicodelia como el himno que es. La postal es inmediata; una Johanna Sadonis que seduce a su público y se mueve en medio de la bruma de luz y humo como viniendo de un lugar prohibido. De inmediato, “Ghosts” y “Midnight Phantom” surgen como monstruos de procedencia mitológica, con las guitarras de Martin Nordin y Linus Björklund construyendo una muralla de sonido áspera e inexpugnable.
Nada de discursos de cortesía para la galería. Un par de saludos entre medio, y a lo que venimos. Pura elegancia, reforzada con un gusto por el heavy metal a la antigua. Y es que “A Coffin Has No Silver Lining”, de su última producción, tiene todo el octanaje que le gusta al fanático a morir del estilo. Es lo que respira Johanna, Nicke y los muchachos. No es solamente el estilo musical en sí, sino una época determinada. Lo que podemos apreciar en “Wild Hearses”, una muy en plan Witchfinder General, pero pasada por el filtro distintivo de Lucifer. Por cierto, lo que hace Johanna es extraordinario; su sola presencia, sus gestos teatrales manejados con una sobriedad maestra, el fiato con sus compañeros de ruta. No se necesita nada más para detonar la imaginación de quienes se entregan al embrujo psicodélico sin resistencia que valga.
La arremetida de “Fallen Angel” y el blues lacerante de “The Dead Don’t Speak” ganan en vivo un linaje de clásico atemporal. Qué notable lo que hace Nicke Andersson, un baterista al estilo de Roger Taylor en Queen: la forma en que sus golpes le imprimen su sello al instrumento, mientras acompaña en los coros a Johanna. En el bajo, el trabajo de Harald Göthblad consiste en pivotar las guitarras de Nordin y Björklund, que de por sí son pesadas. De ahí su complemento con Nicke en la base rítmica, porque tocar rock pesado -o heavy metal, como le llamen-, requiere de fuerza, ante todo. Lo que hace, por ejemplo, Ian Hill en Judas Priest desde sus oscuros inicios en 1970. Así como el heavy metal más brioso es una constante en el sello de Lucifer, también hay espacio para momentos más etéreos, como “Slow Dance In A Crypt”. Un blues arrastrado, con mucha atmósfera y tan hermoso como siniestro. La guitarra de Linus, en cada solo echa fuego siempre en el trazo del clímax melódico. Pegadita, y como una envión anímica de aquellos, “Bring Me His Head” nos devuelve ese rock duro a la usanza de Thin Lizzy y UFO que tanto disfrutamos, muchos con cerveza en mano y unos tragos al seco.
El último tramo lo empieza una versión instrumental de “I Want You (She’s So Heavy)”. Si te gusta el rock pesado, ¿cómo le vas a decir NO a The Beatles? Y tiene sentido que le siga “Maculate Heart” y su arreglo con aire a “Day Tripper” pero con ropaje de proto-metal. La más machacona “California Son” y el groove intimidante de “Reaper on Your Heels” terminan una presentación volcada a quienes disfrutan del riff monolítico y el sonido pesado de viejo cuño. Donde se suele caer en la “Nostalgia” y el homenaje dudoso, acá la voz del ángel caído extiende su velo de psicodelia mortuoria. Gracias a Lucifer, los corazones maculados pueden bailar lentamente sobre la cripta, el lugar donde los fantasmas de la medianoche vuelven a hablar.
Cerca de las 22 horas, y con el teatro Cariola ya desbordado en todos sus rincones, el castigo sónico por la banda más extrema de todos los tiempos; o al menos es lo que en el periodismo musical se trata de hacer apelando al cliché de un género musical determinado y, a veces, nos quedamos cortos tratando de explicar algo que va más allá de la música misma. Y tiene que ver con lo que hace grande a una banda como Napalm Death. Una banda grande por cómo suena. Por lo que Barney Greenway ruge en las canciones, sobre todo en esos años cuando se les asociaba al death metal, un género que se movía en la evocación diabólica, el terror, la guerra y la muerte. En corto, Napalm Death tiene un distintivo en su irrefrenable alegato.
Precisión técnica y destreza instrumental suficientes para que “From Enslavement to Obliteration”, la pieza titular de su segundo LP (1988), detonara la hecatombe. Seguidas de “Taste the Poison” y “Next on the List”, ambas del fundamental Enemy of the Music Business (2000). Datos duros para todo melómano y coleccionista, en vivo se extravían con el maremoto humano que Napalm Death provoca incluso desde minutos antes de empezar la locura en cancha. Cuando hablamos de discurso y actitud, es porque Napalm Death siempre la ha tenido clara. Una banda siempre con los pies sobre la tierra, con un Barney que se transforma y se mueve con demencia magistral. Y, ante todo, la forma en que aprovecha los espacios, en los que sus palabras denotan lo que realmente hace a Napalm Death una institución en contra del poder establecido. “Contagion”, “Rise Above” del EP Mentally Murderer (1981); el último registro con Lee Dorrian en los gruñidos antes de formar Cathedral; siguiendo con “If the Truth Be Known“. Todas estas canciones responden a la plenitud de una banda que, ante todo, justifica su discurso bajo un principio elemental: lo que habla por la música son los discos. Y la ejecución en vivo, la capacidad de presentar los discos en el directo y transformar el plástico en un espectáculo de catarsis absoluta.
“Resentment Always Simmers” – ¡vaya título! – y “That Curse of Being In Thrall”, gozan de la ubicación correcta en un repertorio que no deja de renovarse. Throes of Joy in the Jaws of Defeatism (2020) tiene una presencia notoria, y no solamente por ser su lanzamiento más reciente. De hecho, “Amoral” y su aire al post-punk industrial de Killing Joke le da la razón a quienes no necesitan aferrarse a alguna etiqueta de turno para entender lo que realmente es Napalm Death. ¡En otras circunstancias, podríamos dedicarle párrafos a “It’s a M.A.N.S. World!” por su reclamo contra la discriminación y el machismo. Pero la bengala en la cancha nos guste o no, es un reflejo de lo que provoca el aluvión de ruido que Napalm Death vomita desde los ‘80s. Una fiesta, un ejercicio masivo del test de Cooper, todo hasta la última gota de sudor. Adjunto a la zona de desastre, “Backlash Just Beacuse” y “Fuck The Factoid” retumban con una lucidez que pocos consagrados son capaces de mantener con la misma presteza que en sus ‘años dorados’.
Los ladrillazos que le tira Barney al fascismo, a la homofobia y la transfobia. A todo lo que promueva el odio a la diferencia. Suficiente para que “Suffer the Children” termine por transformar el Cariola en un forado de cuerpos sudorosos, con otros cuerpos sobrepasando la seguridad en la barricada. Poco que decir y analizar al respecto, mientras “When All Is Said And Done” culmina la primera parte de un repertorio literalmente asesino. Dicen que 1987 fue el año del debut de Guns N’ Roses. Nosotros, al igual que Barney, sabemos que no es así, porque ese año Napalm Death se estrenó a lo grande con “Scum”, un disco seminal para todo lo que fuera extremo en la música. “Scum”, “M.A.D.”, “Success?”, todas en una sección breve pero quizás la más intensa, al menos para quienes siguen a la banda desde sus inicios más ligados al hardcore y el crust-punk. Y no podía faltar “You Suffer” con sus 1.316 segundos que son suficientes para decir y entenderlo todo: “You suffer, but why?”.
Si hablamos muy poco de Shane Embury, es porque al igual que su colega rítmico Danny Herrera y el guitarrista -para las giras- John Cooke, asume sin dramas que la música es la protagonista. Que el ruido molesto y primitivo de Napalm Death es lo que importa, ante todo. Y la aparición de “Metaphorically Screw You”, en medio de tamaña descarga de adrenalina, nos permite apreciar con ojos -y oídos críticos- las virtudes de una banda que, en vez de descansar en su leyenda, se mantiene relevante en base a lo que realmente importa. De ahí, el ladrido esquizoide de “Dead” y la infaltable “Nazi Punks Fuck Off” nos llevan pendiente abajo, sin frenos y con el cover a Dead Kennedy entonada con puño en alto por quienes realmente saben lo que significa Napalm Death más allá de cualquier estándar musical.
Aquí nos tomamos el espacio para referirnos a “Instinct of Survival” y “Contemptuous” para referirnos a la convocatoria que provoca Napalm Death en nuestro país. En especial si tomamos en cuenta los nombres locales que acusan recibo de su huella en el metal extremo y sus similares. Napalm Death es como un tatuaje en la piel de todo fanático de la música violenta. En cancha pudimos divisar a Matías, Seba y Punto de Nuclear, al pelado Jonathan de Matahero, a las chicas de Derrumbando Defensas. Todos ellos encargados de consumar, a su manera, el estilo en este rincón del globo. También al profesor Andrés Padilla, fundador y editor de la recordada revista Grinder. ¿Cuántos acá en Chile supimos de Napalm Death y otros nombres ilustres gracias a su labor de difusión durante esos años pre-Internet y pre-redes sociales?
No hay mucho que agregar ante el cataclismo de ruido y furia que Napalm Death extiende en cada rincón del planeta. Sobre todo en Chile, un país donde el instinto de supervivencia es una herramienta necesaria ante la estupidez de quienes manejan los hilos políticos y económicos. Y mientras la indolencia de los poderosos siga impune, el resentimiento ciudadano seguirá hirviendo a fuego lento.