Rugido Austral

MESHUGGAH EN TEATRO CAUPOLICÁN:
LA BELLEZA DE LO IRRACIONAL

Por muy complicado que parezca el ejercicio de definir el sello de Meshuggah sin caer en el cliché o la etiqueta de turno, sus atributos tanto en lo musical como a nivel de espectáculo son suficientes. La ferocidad de sus ritmos múltiples y una puesta en escena que pone de rodillas hasta al más escéptico, son suficientes para definir una propuesta que lleva más de tres décadas en el camino del inconformismo puro. Es el antagonismo llevado hacia terrenos alejados de la luz de la razón convencional, donde hay que destruir y borrar en favor de un molde inconfundible.

Son tres décadas en la ruta, con una lozanía que su reciente lanzamiento “Immutable” (2022) preserva con una idea nueva y valiente. Y es que dicha placa, haciéndole honor al título, implicó recuperar el impulso más visceral de la década del ’90 tras un par de discos de alta calidad pero demasiado “correctos”. Lo que nos mueve de Meshuggah en este ciclo, es su inteligencia para mantenerse frescos mirando hacia su propio pasado, el cómo se sumergen en su retrospección para volver a la caósfera del presente, como el coloso que es y será por los siglos de los siglos.

De lleno a la cuarta visita de los suecos a Chile, hay matices y factores que le dan un carácter superlativo a la jornada de anoche en el Caupolicán. Partiendo por el mismo recinto, donde fue aquella primera vez allá por noviembre de 2013. Casi 11 años  en plena promoción de “Koloss” (2012)  a tablero vuelto con la cancha transformada en un maremoto humano de sudor y trance. Y si bien las dos veces posteriores tenían lo suyo -Rockout Festival (2016), dos fechas en el Teatro Coliseo (2019)-, hay algo que hizo del debut en el reducto de calle San Diego un hito imposible de mejorar y que toma tiempo procesar y definir. 

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Vamos primero con la apertura a cargo de Chances. Un nombre destacado en el circuito local, cuya propuesta toma la crudeza del post-hardcore y le da un carácter profundamente emocional. El arranque con “Primero en Caer” y “Condena“, ambos de su placa homónima (2023), basta para dejarnos sin reacción. Y cómo no, si hablamos de una banda que lleva una década curtiendo un estilo tan honesto como nuevo en cada surco.

No es casualidad que todo su repertorio esté direccionado hacia el disco homónimo. Y es cosa de tasar lo que le da Tamara Rivas a la banda, una cantante dotada de un caudal de voz que se mueve entre la ira y la melodía con una convicción abismante en escena. “Panóptico“, “Arder Atemporal” y “Caminantes“, todas se bastan por lo que son en su esencia; por lo que profesa una agrupación que optimiza en el directo su ideal tanto sonoro como conceptual, donde las voces desgarradoras y los riffs de proporción montañosa apuntan a lo sensitivo.

Y aprovechar los 30′ en escena, requiere dejar una señal grabada a fuego. Incluso desafiando el prejuicio de quienes aseguran que el estilo de Chances tiene poco que ver con las texturas disarmónicas del plato de fondo. La realidad es que hay mucho en común en las diferencias, y es lo que a Chances le permite ejercer su autoridad en cualquier escenario y contexto musical.

Lo que fue una espera de media hora antes del acto principal, se volvió un espectáculo en sí mismo. Lo último que te imaginas de una banda con la naturaleza de Meshuggah, es una playlist con ¡baladas pop de los ’80! Y esto ni siquiera deberíamos anotarlo, pero en un Caupolicán ya abarrotado, y con el teatro completo cantando a coro piezas como “Lady In Red” de Chris De Burgh o “I Want To Know What Love Is” de Foreigner… A veces se nos olvida que el humor es pura inteligencia. Y pocas bandas, sean de renombre o de nicho, generan esa atmósfera de carnaval y euforia tan propia y única. Y la alerta con “Careless Whisper” de George Michael, así como “Doctor Doctor” de UFO en los conciertos de Iron Maiden, ya nos prepara de inmediato. A lo que venimos, y con toda la disposición del mundo.

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21 horas en punto, y la cortina ambiental de “Stifled” nos lleva de inmediato a un estado hipnótico que se transforma en una explosión atómica con “Broken Cog“. La que abre “Immutable“, hecha para introducirnos en el presente fulgurante de una banda que se mantiene igual de nueva y aceitada en cada engranaje.

Y tan importante como el despliegue técnico y la destreza instrumental, es el armado del set cuyo orden construye tamaña sintaxis demencial, lo que marca el desarrollo de los casi 90 minutos de show. Sólo así se explica la explosión inicial con un track de “Immutable“, para después llevarnos a la hecatombe con “Rational Gaze” y “Perpetual Black Second“. Una dupleta suficiente para que el Caupolicán se venga abajo y la cancha se vuelva un maremoto humano hasta el sudor; literalmente. La atención que le brinda Meshuggah a “Nothing” (2002), así de entrada, puede tener varias lecturas, pero si hay una cercana a lo que proyecta su repertorio actual; es la de una banda legendaria que mira hacia adelante y, a la vez, rememora aquellos hitos que forjaron un distintivo irrepetible.

El primer saludo de Jens Kidman a un público que echa fuego y se entrega a la vesania sonora sin cuestionamiento que valga. Su camiseta negra con la palabra “Chile”, uno de esos gestos que le dan a Meshuggah en vivo un valor extra. Y la recepción que obtuvo “Immutable” tras su lanzamiento hace dos años, obedece a los principios de una banda que radica su imperio en dos factores de peso: la identidad plasmada en una discografía soberbia, y la manera en que su catálogo es presentado en vivo. Por eso “Kaleidoscope” y “God He Sees In Mirrors“, ambos del ‘bebé nacido en 2022, se sienten poderosas y sofocantes. Incluso aunque les falte su buen tiempo para madurar como clásicos, nos permite apreciar las cualidades de una agrupación que se basta del mínimo de movimiento en escena para desatar su torrente de discrepancia armónica. Adjunto a la ferocidad vocal de Jens Kidman, incombustible a sus 58 años y dotado de una fuerza descomunal en sus ladridos. En las guitarras, tienes a Fredrik Thordendal y Mårten Hagström haciendo del desacuerdo un principio de unión. Mientras Thordendal lleva las enseñanzas de Allan Holdsworth hacia un plano dominado por la vorágine, Hagström reluce un dominio en los riffs hermanando fuerza e inteligencia. Nos quedamos cortos en palabras con tamaña descarga de música desafiante, incluso para los más iniciados.

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Con una repasada al ciclo anterior, “Born in Dissonance” hace acto de presencia por mérito propio. Contundente y lacerante, en el directo traduce su jerarquía al conocimiento que Tomas Haake aplica desde su puesto en la batería. Un instrumentista de talento y genio astrales, secundado en el bajo por Dick Lövgren, con quien lleva 20 años haciendo y deshaciendo a gusto, variando ritmos y patrones con nitidez de relojería. Y fue hace 20 años cuando, junto a la llegada de Lövgren, Meshuggah editó el experimental “Catch Thirtythree“, un disco conceptual sobre todo hecho o acto opuesto a la lógica. De aquel disco -en realidad, una canción completa de 47 minutos, dividida en 13 partes-, la suite compuesta por “Mind’s Mirrors, “In Death – Is Life” e “In Death – Is Death“, se presenta como una estación de parada obligatoria en cada presentación de los suecos. La entrega del público en cancha, pura catarsis y (mucho) sudor. Y para los amantes del sonido en vivo, es tanto un placer auditivo como materia de estudio para la ciencia. es la gracias de Meshuggah, incluso más allá de los brutales compases que estos señores manejan del primer al último espacio musical.

En sus repertorios más recientes, Meshuggah ha sabido ceder a sus fans más antiguos. Y sabemos de antemano lo que puede ocurrir -y ocurrió- con la presencia de “Humiliative“. Ad portas de cumplir 30 años, “None” (1994) es de esos registros que captura un momento creativo único. Lo sabemos, Meshuggah es una banda que dirige la mirada hacia adelante y rara vez hace concesiones al pasado lejano. Pero si el Caupolicán se vino abajo unos instantes atrás con el par ganador de “Nothing”, lo de “Humiliative” fue un ritual masivo de inmolación hacia la misma fuerza divina que “Future Breed Machine” descarga a pura categoría. Lo que en 1969 generó “21st Century Schizoid Man”, en el ’95 lo hizo “Future Breed Machine” ante una generación que se encontró con algo proveniente de un espectro radicalmente ajeno e inclasificable al mundo que conocemos. Una obra maestra cuya sección intermedia, rica en texturas y cadencias ligadas al jazz-fusión, amplifica su poder terapéutico hasta convertir la metralla de su versión en estudio en un cataclismo de rasgos pantagruélicos. Al mismo tiempo, los pocos moshpit en cancha responden al libre albedrío del cosmos que Meshuggah viene recorriendo desde sus inicios a finales de los ’80. La fuerza de la naturaleza, haciendo los suyos mediante compases que hasta hoy escapan a todo entendimiento.

La recta final no podía ser menos. A la segura, como los grandes se permiten desde una altura merecida, “Bleed“, el single estelar de “ObZen” (2008) tiene su respuesta en el mar de gente saltando y flotando como si la vida se fuera en ello. El gran éxito de Meshuggah en los 2000, imperando con puño en alto y despedazando todo vestigio de orden o pensamiento establecido. Y los 30 segundos de respiro que se dan entre medio, se cortan de inmediato con el pasar de un tanque de disonancia y espasmo, avanzando hasta conquistar un territorio indómito para muchos. Y el tiro de gracia llegaría con “Demiurge“, otro misilazo en un repertorio que sorprende y gusta durante cada encuentro. Solo agregar, y con toda seguridad, que esta cuarta visita debe figurar como la mejor de todas, por goleada. Tanto por repertorio como por la acogida en un Caupolicán repleto. Y, por supuesto, porque nos parece maravilloso que cinco veteranos de capacidades sobrehumanas siguen convergiendo sus habilidades en favor de un propósito tan genuino como el desorden que hace rotar y orbitar en el Sistema Solar a un punto azul pálido.

Meshuggah tiene algo muy en común con Slayer y Napalm Death, más allá de las diferencias en el ropaje: te gusta o no te gusta. No es una banda para satisfacer la curiosidad y sus fans saben a lo que van, incluso asumiendo que su rito de disonancia sónica y luces puede detonar efectos catatónicos con posibles secuelas. Y eso es lo que los hace únicos, adjunto a un impulso de vanguardia brutalmente revolucionario y atemporal. Por algo King Crimson abrió el vórtice hace más de medio siglo. Para que Meshuggah lo explorara hasta formar su propio imperio. Un imperio que se sostiene en la belleza de lo irracional.