Rugido Austral
ÁLBUM REVIEW: OPETH
"THE LAST WILL AND TESTAMENT"
En una casi quincena de trabajos editados durante las últimas tres décadas, Opeth ha cimentado en sus últimos cuatro redondos un mundo totalmente privado del sonido death metal que les valió un sitial en el género. Su ideólogo y escritor principal, Mikael Åkerfeldt, es un músico melómano, comprador compulsivo de vinilos y estudioso declarado de todo lo que es el rock progresivo hecho en 1970, inclinándose sobre todo por aquellos nombres omitidos por la fama, pero fijos en cualquier colección dignos de un Santo Grial. De ahí el viraje desde lo gutural hacia una delicadeza que, sin embargo, poco y nada empaña la integridad de una agrupación que se sumerge en una época determinada para reforzar su propio idioma.
El reconocimiento que se ha ganado Opeth fuera del metal que lo vio nacer, radica en su orientación exploradora y, en especial, la mirada fija hacia adelante. Una dirección a la que apela, curiosamente, retrocediendo las agujas del reloj sin transar la frescura de sus ideas originales. Más bien, The Last Will and Testament resume el propósito de una agrupación que se permite ciertas licencias en favor de la obra. Y es que cuando se estrenó el primer single, llamado “§1”, la sola presencia de voces guturales puso en alerta tanto a los fans más antiguos como los no tanto. ¿El regreso al death metal de antaño? Partamos de la base de que Opeth nunca fue una banda declaradamente death metal, incluso a pesar del amor que Mikael profesaba en su adolescencia por Celtic Frost y Morbid Angel. Y en el contexto del disco, el recurso de los growls va por algo más profundo y genuino que satisfacer a los nostálgicos de los ’90-2000. Y tiene que ver con el concepto traducido a una música desafiante en todos sus flancos.

Inspirado en la aclamada serie “Succession”, el larga duración número 14 de los suecos es un relato oscuro sobre la lectura de un testamento y una serie de revelaciones que pone en jaque el lazo familiar entre los herederos. Un concepto traducido a una música de naturaleza ardua, con pasajes dramáticos que se intercalan de manera fluida con momentos de tristeza solemne. Y aquí debemos ser categóricos respecto a la categoría que despliega Opeth en el estudio, donde la variedad de paisajes sonoros, la variedad de texturas y el movimiento fluido son elementos esenciales para entender el bagaje progresivo de una banda que va mucho más allá de “sonar como…” y emula las formas antiguas de producción musical en favor de su propia matriz creativa, hoy una rareza entre tanto software y actualización a mano.
Si bien hay una continuidad a lo largo de un catálogo rico en tonalidades, en Opeth hay una seguridad al momento de marcar diferencias con cualquier trabajo editado anteriormente. En “The Last Will…”, se trata de una pieza única, dividida en párrafos. Por eso es que “§1” – el primer párrafo de una carta de navegación de altas turbulencias- te descoloca con su agilidad y los variados cambios de ritmo y compás que pillan desprevenido hasta al más experimentado. No necesitas sonar death metal para evocar pánico hasta lo sofocante. Mientras que “§2” se muestra menos agresiva pero no por ello pierde intensidad. Es aquí donde podemos notar con más claridad la variedad de matices, incluyendo las participaciones de Ian Anderson (la voz y alma de Jethro Tull) como la voz del narrador y difunto patriarca, y Joey Tempest (Europe) en una pincelada de voz que evoca algún pasado lejano. Si sumamos el despliegue de Joakim Svalberg en los teclados, obtenemos un disco que de a poco te sumerge en el álbum como toda una experiencia en primera persona.
Cuando pasamos a “§3”, las revelaciones en el círculo familiar son cada vez más crudas. Y la carga dramática del disco alcanza un momento de tensión hasta abrumarnos por el calibre que adquiere el relato en su desarrollo. Fredrik Åkesson aprovecha el pequeño espacio abierto para traducir en su solo el clímax melódico en dicho capítulo. Un músico que la tiene clara cuando se trata de aportar con sus habilidades al desarrollo narrativo.
Las voces guturales vuelven en “§4”, pero el dinamismo que Opeth circa ’24 proyecta en esta nueva producción, deriva en un temple impredecible. No se queda en el cliché, sino que abre nuevas posibilidades donde menos te lo esperas, hasta hermanar los espasmos de furia vocal con un andar natural por caminos barrocos que la flauta traversa del propio Ian Anderson le da forma y superficie. La guitarra de Åkesson tiene un par de cosas que decir, y lo dice acorde a lo que exige la progresión dramática.

El movimiento de piezas, específicamente en la batería, tiene sus frutos en “§5“, donde Waltteri Vayrynen hace gala de su extraordinaria calidad técnica. Dueño de un CV que incluye estadías en Paradise Lost y Vallenfyre durante la última década, el finés de 30 años se las manda con una clase de veterano a lo largo de todo el álbum, aunque es en el quinto corte donde su pegada y brío se exponen como parte fundamental en un lienzo de tonalidades extraídas de latitudes lejanas en el Globo Terráqueo. Y detengámonos un poco en esta estación, por lo espeluznante que nos parece tamaño encuentro de mundos distintos en apariencia. El misticismo del lejano oriente y el death metal más abrasador, ambos con punto de encuentro en la creatividad desbordante de Mikael Åkerfeldt. Y la naturaleza de dicha unión nos recuerda, nuevamente, la futilidad de las etiquetas ante tamaña muestra de enormidad.
El clímax del relato en “§6”, también nos permite apreciar la coherencia de este “The Last Will…” con su antecesor “In Cauda Venenum”. El propósito de Opeth va por la incertidumbre que nos acecha al introducirnos en el concepto. Reiteramos en este punto la importancia de cómo utilizar ciertos recursos cuando lo demanda la obra, ya sea las voces guturales o las pinceladas de sintetizador que Joakim Svalberg le da al sonido distintivo de Opeth en la dosis justa y necesaria. Y si no hemos mencionado en todo el texto a Martín Méndez, es porque creemos que en “§7”, el párrafo final, hace notar su sello con la precisión requerida en instancias de desenlace. Adjunto al extraordinario trabajo que Åkerfeldt se manda en las voces, emulando el dramatismo impreso de Peter Gabriel en los Genesis más alienígenas o al propio Ian Anderson durante sus febriles años de juventud en Jethro Tull. Es aquí, en el final del relato, donde Opeth se muestra como lo que ha sido y siempre será; un caleidoscopio de sonidos y voces provenientes de un plano tan misterioso como fascinante.
El corte final, “A Story Never Told”, a primeras podríamos referirnos a ella como sacada de algún trabajo de The Moody Blues en el atardecer de los ‘60s. La realidad es que lo que en “Damnation” (2003) era una sorpresa absoluta, o lo que quedaba en evidencia en trabajos angulares -para bien o para mal- “Heritage” (2011) o “Pale Communion” (2014), en “The Last Will…” se corona a base de una exquisitez maravillosa. Un final de disco que se siente como un objetivo logrado tras años y décadas de búsqueda incansable. Por supuesto, todo de la mano con una expresividad que se agradece en estos días en que el progresivo tiende más al cliché del virtuosismo de clínica que una idea a comunicar desde el impulso de decir algo.
Si tomamos todo el catálogo de Opeth y lo analizamos surco por surco, y sin importar las diferencias entre una etapa y otra, nos encontramos con una agrupación que siempre ha priorizado la suma de las partes, en todo aspecto. Tanto en la elaboración del trabajo discográfico y la escritura misma, como la distribución de sonidos e instrumentos en favor de un distintivo. Y eso es lo que define a Opeth como una institución de la vanguardia musical, la forma en que invoca la era mitológica del rock progresivo para bañar los conocimientos adquiridos en su propio manantial de ideas. Para los suecos, la única vía para obtener un resultado abundante en lozanía y, a la vez, fiel hasta la médula al distintivo clásico que los hace únicos y referentes en el tiempo que sea.

Así como asumimos que estos Opeth están a años luz de orbitar en el mismo sistema solar que en esos días primigenios de “Morningrise” (1996), “Still Life” (1999) o el definitorio “Blackwater Park” (2001), podemos asegurar que “The Last Will and Testament” hace gala de una estatura levemente mayor a la de sus recientes antecesores. Y tratándose de una banda con un bien nutrido catálogo atrás en casi 30 años, el mérito es reconocible desde todo punto de vista. Opeth nos brinda en este nuevo lanzamiento una extensión de ideas y pensamientos que se abre a lo insospechado sin resquemor alguno. Pocos son dignos de portar el escudo familiar como Mikael Åkerfeldt, heredero y guardián legítimo de un legado prodigioso.
¡No se han encontrado entradas!