Rugido Austral
CAPILLA ARDIENTE EN MI BAR:
EL ETERNO ARDOR DE LAS LENGUAS DE FUEGO
Domingo veinticuatro de noviembre en una capital de mierda al fin del mundo, el calor hacía merma en el desfile de poleras negras, esos malditos fuimos llamados al encuentro de un conjuro que llenó de sortilegios la noche de Santiago.
Fuimos congregados a los mantos de la oscuridad profunda, el infierno se hacía presente el cuál era calmado por brebajes que volvieron la tarde algo más agradable, la horda variopinta llenaba el recinto, Mibar se transformó en el epicentro de un hipnótico ritual que nos llevó a un paroxismo sin igual.
Capilla Ardiente desplegó toda su historia sobre el escenario que irradiaba llamas que laceraban la piel ya chamuscada, las caras se transformaron bajo el éxtasis del hechizo con el cuál, la iglesia en llamas enuncio sus plegarias, fuimos los acólitos que desatados escuchamos con fervorosa complicidad cada son que desde el púlpito esos demonios escupieron sin temor.
Porque la audiencia inundada por lacayos, que incandescentes se rindieron desde el primer riff a los pies de aquellos seres coléricos que escupieron todos sus enunciados bajo la llama siempre incandescente de la Capilla Ardiente.
Fuimos testigos de cómo el mundo cambiaba, las estaciones pasaron frente a nuestros sentidos, las heridas se convirtieron en cicatrices y todo volvió a encontrar su equilibrio, es así como los idólatras del maldito creador pregonaban a los cuatro vientos su salvación, cantaban victoria, alabanzas porque sus virginales almas serán salvadas del fuego eterno, mas no contaban con el nuevo azote de la Capilla que no tuvo beneplácito con los cobardes que se escudan bajo la cruz en llamas, aquellos le creían dormido, apagado, pero desde las cenizas la perversidad eterna siempre resurge para volver aún más severa.
A lo largo de muchos veranos Capilla Ardiente ha dado forma a las pesadas piedras y a través de innumerables inviernos construyó altos muros de un intenso rojo carmesí, en dónde la conciencia es la única herramienta para el sacrificio de todos los presentes que dieron su sangre para mantener viva la Capilla Ardiente.