Rugido Austral

HALLUXVALGUS Y STRIGOI EN MI BAR:
EL AZOTE SURENO SOBRE LA CIUDAD MALDITA

Halluxvalgus sube al escenario en un viernes que se llenó de augurios, con un calor sofocante nos da un mazazo de extrema pestilencia, que desde esa ciudad portuaria, tan mítica en leyendas, esa tierra que abre el camino a la cordillera nevada y a los fiordos de la Patagonia, nos inyecta toda su virulencia.

Halluxvalgus nos escupe malignidad sonora que desequilibra la mente trastocando los sentidos, vulnerable cada centímetro de tu organismo, desdibujando los rostros de esos viejos malditos que por años han atormentado a millones de malnacidos, a través de constantes permutaciones llenos de cambios que sonoramente entregan un nuevo y putrefacto sentido. Cada carga sobre la nauseabunda tarima se torna coetáneo en el refriego cotidiano, ya que Halluxvalgus recoge lo más nauseabundo de la vieja escuela haciéndolo propio, entregándole su marca llena de putrefacta sangre, estampándole esa perversidad severa tan necesaria, logrando que cada nota que desprenden, no sea un simple desmembramiento de partes, que como un collage pútrido lo llena constantemente de la peor fetidez innovadora.  

Halluxvalgus es un vendaval hiriente dejando plasmada en cada herida qué supurante se manifiestan en una hemorragia virulenta que inundan de manifestación tóxica, segrega todo lo que la banda manifestó sobre un escenario que sudaba infesta sangre, explorando una especie de terror surrealista que va carcomiendo la mente de miles y a su vez enraizando lo autóctono de una banda que resurge lo propio, de aquellas zonas rurales e insulares del sur de esta maldita franja. 

Terror surrealista desde una perspectiva nativa, un significado críptico que cobra sentido a medida que la presentación se abre paso a través de los hechiceros que cargan sus cruces con un pútrido y maldito Death Metal.

Además, extremadamente bien forjado en la carátula y contraportada del disco, que consisten en pinturas del artista chilote José Triviño. El arte interior es una serie de diez ilustraciones, completamente enigmáticas, en donde la realidad se llena de una soberanía abstracta y enigmática, estuvo a cargo de Daniel Hermosilla.

Presentación soberbia, que en un constante espiral nos acarrea por recovecos umbrosos, que nos comunican al underground perverso, ese que busca retroceder a las formas más clásicas del Death Metal, con ese añadido de terror surrealista que se concentra en los aspectos más bizarros, con tempos experimentales llenos de esa crudeza primitiva, arcaica y vetusta que en un grito añoso se impulsa cambiante, maleable y furioso.

Strigoi nos trajo desde la oscuridad más sempiterna una presentación desde las tinieblas que encarnadas y provenientes del mismo sur chileno irradia su iracundo sonido, inundándonos de una penumbra que es capaz de cubrir los rayos más fuertes del sol para así en un acto de plena blasfemia, corroer los caminos y sembrar la muerte en donde se escuche alguna nota de Strigoi.

La propuesta que nos ofreció Strigoi es una corrosiva amalgama de Death/Thrash/Black Metal, pero lleno de una lobreguez pétrea, Strigoi nos inunda de penumbras, que por momentos es una cerrazón absoluta, no dejando respirar a esas mutiladas almas que vagan sin cesar, tratando de buscar un rumbo, que lamentablemente por el pétreo negro que en cada nota salpican estas jamás lo encontrarán, al contrario, morirán.

El trabajo instrumental en cada bocanada está tremendamente bien ejecutado y se caracteriza por los cambios de tiempo recurrentes, entregando una presentación muy versátil, todo a cargo de aquellos impíos malditos que hacen sucumbir al cielo, volviendo cada canción en un tándem imparable inundado de un siniestro profundo, llevando a negro cada atisbo de luz qué pueda resplandecer en el abismo.

 Strigoi es un aullar de riffs lacerantes que van marcando el suplicio eterno, mientras las vociferaciones son guturales que silencian el canto angelical que baja desde el cielo, el cual quiere terminar con su suplicio.

Intensidad desde un comienzo, en donde los crudos y pegadizos riffs van abriendo el fuego desde el averno, con momentos calmos para luego evolucionar hacia la velocidad característica de los géneros a los que las hordas sedientas adscriben sin benevolencia, dejando de ser moderados en su extremo machacar, Strigoi sigue impregnando de características propias todo su pétreo andamiaje.