Rugido Austral
PATIO DE CHACALES
El horror de convivir con la violencia al otro lado de nuestras paredes, lo abominable de un contexto en que el silencio parecía ser la única opción en un clima de miedo. La monstruosidad durante un período en que lo peor de lo nuestro se manifestaba bajo total impunidad, y sin una sola llave de esperanza.
El Chile de 1975 -dos años después del Golpe de Estado-, es el escenario perfecto de este relato de terror psicológico con brochazos de drama. Raúl (Néstor Cantillana), un maquetista que vive con su madre (Grimanesa Jiménez) en un barrio tranquilo, ve la paz de su entorno alterada tras la llegada de nuevos vecinos. Es ahí cuando se detona una progresión de violencia que transforma el sueño de los inquilinos en una pesadilla a ojos abiertos, donde la pared de la casa separa la vida cotidiana de nuestro protagonista de los secretos más oscuros y espeluznantes. Es el encanto -o el asco- del terror que no vemos en apariencia, pero que agudiza el sentido del oído como forma de percepción, complementado con la vista desesperada de un Raúl que de a poco se hunde en un espiral de alarma sin posibilidad de escapatoria.
La Opera Prima de Diego Figueroa apela, precisamente, a construir un relato que no requiere de muchas palabras ni diálogos extensos. La virtud de “Patio de Chacales” está en la estimulación de nuestros sentidos como forma de percepción al momento de construir -y seguir- la narración. Y el contexto de represión y silencio forzado que vivía Chile en el ’75 tiene mucho de eso, con la violencia imperante sin necesidad de ser visible para hacer sucumbir a todo un vecindario. Suficiente para que el trabajo en sonido y las actuaciones hagan simbiosis para dejar al espectador en un estado de tensión y angustia continuo y, sobretodo, agobiante. En otras palabras, nos sumerge en en la película sin caer en la obviedad de lo “político”, enfocándose en el descenso mental y espiritual de una persona común que intenta zafar del miedo. Una odisea, sin duda, en un entorno de opresión hasta en la esquina más apacible.

Otra característica notable, y hablando de la sintaxis, la forma en que se construye el relato, es que ata los cabos necesarios para saber a lo largo del relato aquellos detalles en la vida de nuestro protagonista. El cuidado devoto a una madre postrada, quien sufre los embates de la violencia que retumba desde la casa de al lado. La relación entre Raúl y Laura (Blanca Lewin), quien aporta la cuota de luz en un relato que nos mantiene en vilo. Una pareja de vecinos (Consuelo Holzapfel y Eduardo Burlé) que interviene en lo justo para darnos una idea del tormento que se le viene a Raúl. El pasado del propio Raúl, el cual se devela de a poco hasta revelarnos un secreto brutal y doloroso.
Y cuando hablamos de la importancia de lo invisible a los ojos, el rol del locutor de radio ejecuta un papel que empieza decorativo, para después traspasar un umbral de importancia. Todo lo que le da a “Patio de Chacales” un aire de drama psicológico que se complementa magistralmente con el terror que alcanza su momento álgido en el corazón del relato.

Por supuesto, la visión de Diego Figueroa para capturar dicha atmósfera es extraordinaria. Detrás de la sobriedad en los movimientos o encuadres, hay detalles que el espectador debe poner atención para encontrarse hacia el final con un giro impensado. Es el juego de percepción que “Patio de Chacales” desarrolla con maestría e inteligencia sin renegar de su propósito. Adjunto al trabajo en fotografía, marcando el contraste entre el miedo nocturno hasta el sudor y la angustia en plena luz de día, dejando en claro lo que es una película de horror en su principio básico: no hay un fin de denuncia política, sino que constata una realidad en que la paz se confunde con el miedo hacia el horror que opera sin que ninguna autoridad pueda hacer nada. Los contrastes, de por sí, responden a un mismo paisaje de oscurantismo.
Cuesta encontrar ‘peros’ en una obra sin fisuras ni puntos muertos. Y es que Diego Figueroa apunta su visión hacia la gente común, y de manera directa. Salvo el desenlace, “Patio de Chacales” no se detiene en los planos largos, sino que centra en contarnos en lo que mantiene al espectador con la mirada fija. Incluso en los detalles más nimios en apariencia, que de manera inesperada adquieren una relevancia angular en la narración. A destacar (y sin spoilers ), hay un giro específico tras la resolución de un nudo previo. Uno que termina marcando el clímax narrativo por un destino inminente.

Lo sabemos, no es la primera película chilena ambientada en la dictadura, como algunos sabios en Internet proclaman con cierta ‘autoridad’, y puede que estén en lo cierto. Pero la gracia de las buenas películas está en una buena historia, la atmósfera que distingue una película -o un director- de otras. Y, por supuesto, la visión que sus realizadores le impregnan al relato para mantener al público con la mirada fija hasta el último cuadro. En el caso de “Patio de Chacales”, la vesania de escapa a nuestros ojos es lo que nos abruma hasta el agotamiento. Es la incomodidad de lo constatable, como una canción de Slayer. No es hablar de “chacal = mal tipo” (porque eso lo sabe todo el mundo y cualquiera que haya leído un libro de historia), sino tomar la imagen brumosa de un país hundido por la represión, con la huella del miedo latente hacia lo que se traspasa desde el otro lado de la pared.
Sinopsis
Ambientada en 1975, la película cuenta la historia de Raúl, un maquetista que vive tranquilamente en un barrio aparentemente apacible. Sin embargo, la llegada de nuevos vecinos desata una espiral de eventos violentos que revelan los oscuros secretos que se ocultan tras las puertas cerradas. Con una propuesta visual y sonora que pone énfasis en lo no visto, el filme desafía al público a construir la narrativa junto al protagonista, sumergiéndolos en un inquietante juego de percepción.
Estreno
Disponible en todos los cines del país desde el 23 de Enero del 2025.