Rugido Austral
SOEN & Baroness EN TEATRO COLISEO:
Los colores de lo irrompible
Es poco usual lo que genera SOEN en nuestro país. Su debut por partida triple en suelo chileno (2022), fue más una confirmación que una sorpresa. Invocando las palabras del propio Martín López, hay un vínculo que surgió de manera natural, extendiéndose a una tirada de cuatro visitas. CL.Prog en su edición inaugural y Metal Fest fueron las siguientes ocasiones, en todas generando una convocatoria cuya devoción se podría comparar fácilmente a consagrados como Iron Maiden, Megadeth, Pearl Jam, Dream Theater o Faith No More. O a los propios Opeth, la banda en que López -uruguayo radicado en Suecia desde los ’90s- dejó su huella gracias a su estilo marcado por el jazz y el death metal. Es ahí donde Soen logra una conexión quizás impensada hasta hace 20 años, cuando la cartelera internacional no era ni la cuarta parte de lo que es hoy. Una comunión no solamente con los fans del progresivo en su forma estándar, sino con quienes buscan -y encuentran- en los suecos una identificación potenciada por el enorme espectáculo brindado en cada visita.
Tanto Imperial (2021) como el más reciente Memorial (2023) son trabajos celebrados por unanimidad entre fans y prensa especializada. Ambos no solamente consolidan una identidad, sino que proyectan el fulgor de una agrupación que se supera a sí misma en cada incursión discográfica. Los fans lo saben, lo perciben en la forma que maneja Soen escribiendo canciones memorables, apelando a su oficio sin artificios ajenos. Y cuando tienes centenares de poleras de la banda mojadas en sudor al final de la jornada, eso dice mucho.
Debemos hacer mención -justa y necesaria- a la suma de Baroness al cartel. Un regreso esperado tras el histórico debut en la Blondie (2019), esta vez de vuelta con un set más acotado, pero no por ello menos descomunal. Stone (2023), su placa más reciente, los sitúa en una etapa distinta respecto a sus producciones anteriores. Una placa de digestión lenta, que da cuenta de una madurez que va de la mano con la energía que los californianos le imprimen en el estudio para multiplicarlo en el directo.

Y es en lo segundo donde John Dyer Baizley, instrumentista de talento asombroso y artista visual de renombre, apela al objetivo del espectáculo. dejaremos los detalles para más adelante, aunque es tentador explayarse sobre una agrupación tan distintiva e inclasificable. No podía ser de otra forma, si su mezcla entre la rigurosidad del metal progresivo y la calidez del rock psicodélico, al menos hasta hace 20 años, era algo propio de otra dimensión.

Vayamos a la jornada de lleno. Al puntapié inicial de la mano de Matraz, un nombre histórico cuando se habla de metal progresivo hecho en Chile. Una banda que aportó al desarrollo del género respirando el mismo ecosistema de experticia y creatividad que los todopoderosos Dream Theater. Una impresión que pueden llevarse los más jóvenes cuando surge con fuerza “Gritaré“, la pieza que titula su redondo editado en 2004. Veinte años y se mantiene igual de nueva, lo que habla de una naturaleza única y superior. La voz de Loreto Chaparro, de la mano de su presencia escénica, eleva su rasgo humano hasta llegar a un público que probablemente se habrá llevado más que una sorpresa. Al igual que el complemento instrumental, con Claudio Cordero en la guitarra y el tecladista Diego Aburto ensamblando sus habilidades en un estilo que se mueve en lo virtuoso, dejando un buen espacio a la psicodelia sin descuidar su vena metalera. Una apreciación similar tenemos de “Redención“, del mismo álbum y en donde ya podemos apreciar a Matraz de cuerpo completo. La manera en cómo se mueven entre el buen gusto y la intensidad, priorizando la expresividad que los volvió un nombre referencial en los 2000.
Si bien a Matraz uno lo asocia con la complejidad y el ejercicio musical, hay que resaltar la orientación conceptual. Y es que el cierre con “Amanecer“, una adaptación del poema de Gabriela Mistral, nos deja con la satisfacción de un viaje por a través del tiempo, breve pero efectivo en su idea. Un gusto tremendo para nosotros que después de más de un cuarto de siglo, Matraz desenrolle lo mejor de su linaje ante un público que, al menos a esas horas de la tarde, llegaba por goteo al Coliseo.
A pesar de los horarios anunciados, los argentinos de In Element saldrían al escenario 15 minutos antes de lo esperado. “Traitor’s Slayer” y “Dark Haze” fueron los primeros bombazos en este retorno a Chile de una banda con ropaje metalcore cargado a lo melódico. Fue cosa de tomarse el tiempo necesario, para que la descarga de energía hiciera lo suyo. Probablemente, el nombre con menos arrastre en el cartel, lo que en vez de una desventaja, fue más bien un incentivo. Y así lo hicieron saber los bonaerenses, dejando en claro que su recorrido durante más de 20 años ha derivado en experiencia a prueba de todo.
Así como “Scorpion’s Paradox” e “In The Immortal Ones” se coronan como muestras de un repertorio preciso en su orden y selección, también hay lugar para los momentos de enormidad. Como en el clásico de Phil Collins “In the Air Tonight“, con Charlie Oceans dirigiendo al público con una maestría forjada por las suyas. Una fotografía de lo que es In Element en toda su forma, incluyendo la labor del guitarrista chileno Jimmy Álvarez. Es lo que hace especial a In Element, una banda nacida allende Los Andes y encargada de representar la bravura sudamericana en un grito de ira.


En un Coliseo próximo a atestarse, se concreta la segunda ronda de Baroness. Algo jamás pensado al menos hasta hace 10 años; un regreso a Chile, esta vez multiplicado por dos. Y de inmediato, tras la ovación de sus fans que algo se hicieron notar, “Last Word” le dio el ‘vamos’ a un espectáculo de alto impacto emocional. Qué notable lo que ocurre tanto en el escenario como lo que provoca en sus fans acérrimos. John Dyer Baizley al frente como líder y frontman de presencia intimidante, afiatado en las seis cuerdas con una Gina Gleason pletórica en sus labores solistas. En la base rítmica, tienes al argentino Sebastián Thomson invirtiendo toda su energía y maestría en los tarros, mientras el bajista Nick Jost hace lo que le corresponde como pivote de las guitarras y constructor de solidez en las bajas frecuencias. Tanto “Last Word” como la siguiente “Under the Wheel“, ambas del flamante “Stone“, arrancan como muestras de un presente fructífero. Y para los seguidores más viejos, es como una actualización de un repertorio que ha madurado con atención a las nuevas formas.
Si nos centramos en el repertorio, podemos notar lo acertada de su sintaxis. Ese orden que distribuye el material interpretado en favor de los momentos que genera. Es lo que tras pasada por el ciclo actual, nos hace echar fuego con el riff inicial de “A Horse Called Golgotha“. Los de Savannah no solamente rememoran los viejos tiempos, sino que aprovechan sabiamente lo acotado del tiempo en el escenario. Una breve vuelta a los días de “Blue Record” (2009), el trabajo que les valió inscribir su nombre en el mapa y situarse a la par de los entonces gigantes Mastodon. Cómo no caer rendido ante lo que le ponen los cuatro Baroness en el escenario. La forma en que Baizley prende al público, tanto a los iniciados como a los novatos. Cómo no maravillarse con el fuego que le pone Gina a sus solos, si hasta su polera blanca de Motörhead es coherente con la entrega y la cercanía con una fanaticada también dispuesta a dejarlo todo. Pura emoción, como la que “March to the Sea” despierta en quienes navegaron entre el dolor y la sanación. Sí, sabemos lo que cuesta referirnos a Baroness de manera más clínica. Porque hay algo tan formidable y agarrado en su ejecución, que lo que a muchos les parecerá áspero y sucio, en realidad apunta hacia la emoción más profunda.


Tenemos un párrafo completo para dedicar la tirada de “Purple” (2015), un disco cuyo trasfondo da para una película. Escrito por una banda que “algo” sabe de vivir una situación límite y resurgir desde el fondo. No se entiende de otra forma lo que generan “Shock Me“, “Chlorine & Wine” y la majestuosa “Morningstar”. Las tres al hilo, rememorando el factor terapéutico que los californianos cultivaron para sí mismos antes que regalarla al mundo. Hay sobriedad, hay inclinaciones hacia el metal, espacios donde la hermandad entre la convicción de las guitarras y el grito descarnado del punk resulta en una firma fácil de identificar e imposible de imitar. Y lo más importante, es que al ser una banda de escenarios, Baroness te demuestra lo genuina de su propuesta. No hay truco ni doble discurso; lo que tienes en el disco, en el directo se transforma en liberación hasta la médula.
Hay un sabor especial en “Tourniquet“. Corte extraído de “Gold & Grey” (2019), cuyo lanzamiento coincidió con la gira sudamericana que los trajo a Chile por primera vez. Bajan las revoluciones, solo lo justo para dar paso a un pasaje que nos muestra a Baroness desenvolviendo el factor emocional que los caracteriza en su género. De esos capítulos en que puedes apreciar la capacidad de presentar su material en directo, además de sus discos. Es lo que habla esencialmente por una banda, en el género que sea. Y, cómo no, la destreza instrumental que hace de monstruos como Baroness una banda competente en la primera división de cualquier parte del mundo.
Para el final, una dupla matadora. Primero con “Isak“, del LP debut “Red” (2007), una muestra de metal lodoso con visos progresivos, que en los 2000 fue la ruta a elegir por quienes desafiaron el estándar de pulcritud de aquellos años. Impresionante lo que suena, con las guitarras de John Baizley y Gina Gleason soberbias en la generación de texturas, y el tándem Thomson-Jost firme en el compás repetitivo. La forma en que llevan dicha exhalación sónica al directo y volverla definitiva en donde vale la grandeza. Y como broche de oro, una “Take My Bones Away” que define el efecto liberador de Baroness sobre el millar de voces que hacen suyo el coro, lo que lo vuelve un himno por derecho propio, como el propio Baizley lo hace saber en pleno fragor, cuando ve al público rompiendo la voz en favor de un mismo sentimiento. Como todo lo que es Baroness en su esencia, una oda a la relación entre la vida y la muerte. Dos sucesos inevitables, y en el color que prefieras, ambos presentes en el universo (multi) cromático de John Dyer Baizley.

A lo que vamos. A los anfitriones. A los dueños de casa. Los que, con el poema “Do Not Go Gentle Into That Good Night” del autor galés Dylan Thomas de fondo, se disponen a consagrar su romance con Chile, descargan su arsenal empezando con “Sincere“, la pieza que arranca el mencionado “Memorial“. Un álbum editado en 2023, pero que recién este año han podido presentar acá como debe ser. Cuánta firmeza desde el arranque, suficiente para hacer explotar un Coliseo ya repleto en cancha y platea. De ahí, con apenas unos segundos de respiro, la fuerza electrizante de “Martyrs“, un infaltable en el repertorio por lo que provoca en quien le ponga ‘play’.
Unas semanas antes de esta doble fecha en nuestro país, el bajista Stefan Stenberg regresó a la banda tras cinco años de ausencia. Un retorno que, más allá de lo imprevisto en su momento, se sintió un momento especial cuando tomó las riendas de su instrumento al inicio de “Savia“, la embajadora del LP debut “Cognitive” (2012). Una movida de piezas coherente con la naturaleza de Soen, por lo que representa en trayectoria y lo que profesa sin caer en lo obvio. Al mismo tiempo, la desgarradora “Memorial” en vivo gana toneladas en cuanto al lamento que proyecta. Es el ideal del rock progresivo desde la atmósfera, la comunión con la tristeza. Y más aún en un país ubicado al sur del mundo. No sería exagerado poner a Soen, en este caso, a la altura de Marillion como referente de la Inmensa Minoría -¿se acuerdan? la comunidad auditora de Radio Futuro en los ’90s- o las incursiones de Roger Waters (y David Gilmour) entre la comunidad floydiana de estos rumbos. Es la sensación que se potencia con “Lascivious” y, a estas alturas, somos testigos y partícipes de un espectáculo absoluto.




Qué importante la labor de Lars Åhlund en la rúbrica de Soen. Un connotado multi-instrumentista, tecladista hábil y guitarrista sólido, con presencia cuando se trata de extender las fronteras del sello inconfundible de los suecos, Como sucede en “Unbrekeable“, un pasaje muy significativo gracias al videoclip registrado en el Teatro Caupolicán (2023, en el marco de la primera edición del festival CL.Prog). Un homenaje a los fans chilenos, lo que le da un aire conmovedor cuando se trata de entablar un pacto irrompible. O en las siguientes “Deceiver” y “Vitals“, ambas radicalmente distintas entre sí pero hermanadas por esa atmósfera especial que Soen construye en el directo para engendrar un recuerdo. Y es ahí donde Lars ejecuta un rol de suma importancia, en varios pasajes permitiéndole a Joel Ekelöf trazar el rasgo de humanidad que hace de Soen una experiencia atronadora y, en muchos casos, sanadora.
No sería descabellado afirmar que “Monarch” resume el desplante majestuoso de Soen. Más bien, es constatar la grandeza que los suecos esbozan sin caer en lo pretencioso. Y esto se debe a la prioridad en lo honesto, lo auténtico traspasado a la escritura y el trabajo duro en el estudio. Es la altura en la que hoy se encuentran veteranos como Katatonia, a la cual Soen escala con sus propias fuerzas. Y tal como con Baroness, hacer un análisis clínico es imposible para lo que despliega una banda que no se aferra a nada ajeno a su propio camino. Hay cosas de Marillion, otras de Pink Floyd y Porcupine Tree, Opeth está en una sintonía distinta, y solamente los Katatonia de la última década podrían ser una referencia cercana. Al mismo tiempo, sus fans no se distinguen por edad ni por gustos específicos. Lo notas en la cancha, cuando entre todos unen sus voces o levantan sus brazos buscando alcanzar a Joel, un frontman que sabe lo que es dominar al público en base a cercanía y presencia.
La tripleta compuesta por “Illusion“, “Modesty” y “Lotus“, lo tiene y fecunda todo. Una carga emocional que se sostiene a favor, una personalidad soberbia –Lars detonado en la guitarra, cómo lo disfruta-, con una banda dejando la vida. Cody Lee Ford, un catedrático en sus solos, lo que desata con el mínimo de notas y un vibrato que sacude hasta el más duro de los prejuicios. Un Martín López aclamado a rabiar, quien se basta de lo preciso para hablar de lo que significa Chile para Soen y viceversa. De ahí la recepción de la titular “Lotus“, con los cinco músicos exponiendo una química que trasciende el factor instrumental y musical.
Con un público echando fuego y vuelto un mar de sudor, la banda se toma un tiempo para el bis. Empezando con una abrumadora versión de “Hollowed“, con la destacada cantante nacional Amapola Azul como invitada. Un momento glorioso, al cual le siguen “Jinn” y “Antagonist“. Todo lo que da Joel en el escenario, en algunos casos con solamente su presencia, es lo que basta para echar abajo una y otra vez un recinto con dos mil personas. Y como broche de oro, “Violence” nos deja saboreando lo mejor de un ciclo triunfante. Una etapa que llega a su fin, pero con la sensación de haber renovado votos con una banda que destila lozanía en base a dedicación.

Al consultar impresiones a la salida del Coliseo, queda la impresión de que esta cuarta visita de Soen, es la mejor en varios aspectos. Sus últimas dos producciones son el vislumbre de un estado de gracia y confianza que los define como lo que se ganaron a pulso. En el directo, tienen claro que son mucho más que el progresivo en el cual algunos insisten en encasillar. Y es que Soen, tal como Baroness durante estos días en nuestro país, tienen derecho a jactarse de hacer la diferencia mediante sus colores, las tonalidades de un pacto irrompible y destinado a perdurar por los siglos de los siglos. Que así sea.
Produjo: Spider.