Rugido Austral
CIRITH UNGOL EN SALA METRONOMO:
FOSO DE SANGRE Y HIERRO
Asumimos, de antemano, que hablar de Cirith Ungol es referirnos a una agrupación tan legendaria como perteneciente a un nicho específico. Muy lejos de los consagrados que hoy lideran festivales y trascienden todas las etiquetas existentes y por haber. Más cercanos a una minoría que se sumergió en las aguas profundas del heavy metal, donde alguna vez la crítica especializada no se atrevió a meter sus narices. Y es que durante los ’80s, con placas del calibre de “Frost and Fire” (1981) y el angular “King of the Dead” (1984), ambas editadas durante la era dorada del género, los californianos se ganaron un lugar referencial para todo amante del metal pesado en su esencia y forma más puras. El espesor de Black Sabbath, la celeridad metálica de Judas Priest y, en especial, la orientación conceptual de Rush. Todos nombres impresos en el ADN de Rober Garven, baterista y único fundador sobreviviente, quien la tenía clara desde sus 15 años respecto a lo que debía ser y profesar Cirith Ungol, cuyo nombre develaba, por cierto, un amor irrefrenable a la obra de J.R.R. Tolkien y toda la literatura fantástica.
Por muy extraño que se hable del componente emocional en un género como el heavy metal, acá hay razones de sobra. Una banda formada en 1971, por niños de 15 años que sólo querían hacer música como sus adorados Black Sabbath y Grand Funk Road. Niños que vieron un lazo familiar entre el rock pesado y la literatura, donde el riff monolítico y la tierra media tienen más en común de lo que muchos creen. La década que pasó desde la formación de la banda hasta el estreno a lo grande, con el disco debut y la portada con dirección artistica de Michael Whelan. Todo lo que le dio a Cirith Ungol un sello único e identificable, siempre desafiando los estándares comerciales y aferrándose a sus propias armas. Lo valió en los ’80, para en el último lustro renovar su pacto de sangre y hierro con la edición de los más recientes “Forever Black” (2020) y “Dark Parade” (2023). Al mismo tiempo, su debut -y, problablemente, despedida- en nuestro país era cosa de tiempo. Programada originalmente para finales del año recién pasado, la idea de postergar la visita de Cirith Ungol para marzo -debido a la abultada cartelera de eventos- dio sus frutos.
Y es cosa de preguntarles a los seguidores de la espada y el acero que dijeron ‘presente!’ en Sala Metrónomo, inclúyase coleccionistas de vinilos y feligreses de la vieja escuela en su forma y fondo.


Vamos con el puntapié inaugural, a cargo de The Ancient Doom. Exponentes en Chile del doom metal encaminado hacia los temas heroicos. Bebiendo la influencia de Sorcerer y el heavy metal clásico -pensemos en los Judas Priest del “Sin After Sin“y Manowar circa 1983-84-, cultivan un estilo que apunta hacia los grandes temas, desafiando el minutaje convencional para recorrer terrenos que muchos aspiran a dominar y pocos lo logran para contarlo. El arranque con “The Call” nos introduce de lleno en una propuesta que apela a lo épico y lo verdadero hasta la médula. Mientras que en la siguiente “Urbe Solar” nos permite apreciar de cuerpo completo las virtudes de un quinteto que emana solidez y jerarquía en todos sus pasajes. Desde la voz de Alfredo Pérez, pasando por las guitarras de Matías Aguirre y Alec Zolagin, hasta la base rítmica compuesta por el baterista Rodrigo Figueroa y el bajista Bernardo Maldonado, todos parte de una máquina bien aceitada. Y tanto la precisión técnica de sus integrantes como el desplante de Alfredo en escena, nos permite entender la categoría de un acto en vivo que se juega la vida -valga la redundancia- durante los 30′ en el escenario.
Tal como en el estudio, el kilometraje de las composiciones potencia en el directo los momentos a proponer. The Ancient Doom no solamente nos brinda una presentación impecable, sino que justifica con espada en mano su reputación como espectáculo. Eso que hace de “The Grace, The Omen” un pasaje obligatorio, con el mérito de consolidar su pisada mucho antes de ser trabajada para el próximo larga duración. Tal como lo proclama en vivo, no tiene empacho en adoptar el Epic Doom Metal como santo y seña, pues sus integrantes llevan buenos años respirando la misma bruma ‘sabbathera’ en otros proyectos. Por ende, la simbiosis de los cinco juntos resulta en una declaración de amor hacia el metal clásico en proporciones bíblicas. No es una exageración en lo absoluto, sino la constatación de lo que The Ancient Doom le entrega a un público escaso en cantidad, pero rendido de rodillas ante el despiadado acero.
Como rezaba el nombre del evento, se vendría una noche literalmente heavy metal. Y también la primera de Night Demon en nuestro país. Tras la alerta con “The Number of the Beast” de los supremos Iron Maiden, la intro “Prelude” nos prepara de inmediato para recibir la primera descarga a través de “Outsider“. Tenemos un power trío que fortalece su despliegue con una entrega acojonante. No se nos ocurre otro calificativo ante lo que los de Ventura le ofrecen al público, ya sea entendidos o novatos. Y siguiendo al inicio con ese matador mid-tempo, “Screams in the Night” nos azota la cabeza contra el piso. Pura velocidad, duro metal, con el acelerador al fondo y dando la vida con “apenas” una base guitarra-bajo-batería. Y, por supuesto, la portentosa voz de Jarvis Leatherby, un bajista que ejerce de ‘guitarra rítmica’ mientras la guitarra de Armand John Anthony reluce sus credenciales en las seis cuerdas, detonado hasta el sudor.
Hay que ser justos si afirmamos que Night Demon nos dejó con gusto a poco en cuanto a su tiempo en el escenario, apenas unos 30 minutos para el repertorio que vienen presentando. “Down Ride“, “The Howling Man” y “Ritual“, unas tras otras pasan raudas como balas y misiles de metal mortífero. En un espacio de tiempo tan acotado, también queda para enmarcar “The Chalice“, con la aparición de Rocky, el esqueleto encapuchado con cáliz en mano, marcando el fulgor máximo en una presentación contundente de inicio a fin. Y tras el final con la homónima “Night Demon“, se disipan todas las dudas. Una primera vez para el recuerdo, para beber y brindar en el corazón de la noche, con los demonios nocturnos viniendo, viendo y venciendo. Al menos está claro que habrá una próxima, sobre todo por el disfrute de Armand, Jarvis y el baterista Brian Wilson -un prodigio en los tarros, ¡qué máquina!- en una tierra fértil que los acoge como nuevos héroes de guerra. Y si los vemos nuevamente por acá pero como plato de fondo, es porque se han curtido para aquello.



Con el recinto ubicado en Barrio Bellavista ya repleto, bastaría que “Atom Smasher” echara todo abajo de una patada. El incombustible Robert Garven en la batería, y al frente el entrañable Tim Baker, cuya voz sobrelleva el desgaste mediante la convicción de un veterano de mil batallas. Los dos históricos, secundados por Jarvis Leatherby y Armand John Anthony, quienes se repiten el plato (los dos integrantes fijos desde el regreso a las canchas en 2016), ahora en favor del anfitrión. Y un arranque a punta de clásicos, con “I’m Alive” siguiéndole casi sin pausa, es sinónimo de jerarquía y eficiencia forjadas tras un caminar de décadas. Eso lo asumimos quienes entonamos tamaña dupleta de clásicos con puño en mano.
De los clásicos pasamos al período más reciente, de la mano de “Sailor on the Seas of Fate“, del aclamado “Dark Parade“. Puede que no tenga la misma estatura que los pasajes de la era dorada, pero cuando una banda con medio siglo en la carretera te da semejante cátedra de metal pesado en pleno estado de gracia, se nota de inmediato en la recepción por los fans. Y como suela darse en estas alturas del set, podemos distinguir las dotes tanto vocales como escénicas de Tim Baker, un cantante que derrocha carisma y desplante como los grandes. No sobra ni falta nada, es solamente aplicar a los 68 años los conocimientos adquiridos cuando joven en los maravillosos ’80s. De igual forma, el bajo de Jarvis Leatherby se complementa con precisión quirúrgica con la batería del veterano Robert Garven, recreando los mejores momentos de un sonido que suplía la baja legibilidad de la producción en estudio con una robustez descomunal en escritura y ejecución. Todo lo que hace de Cirith Ungol un nombre de peso, mucho más allá de los recursos tecnológicos. Y tiene que ver con el propósito.




El orden del setlist, la selección con pinzas de un catálogo sólido, es lo que nos regala momentos especiales, como lo que ocurre en “Blood and Iron” y “Chaos Descends“, ambas del fundamental “One Foot in Hell” (1986). Abruma lo infravalorado que resulta Cirith Ungol, incluso dentro del mismo género que ayudó a cimentar. Sorprende la forma en pleno de dos músicos legendarios uniendo fuerzas con una dupla que se mueve en el mismo hábitat. Y tal como Tim Baker nos lo hace saber entre medio de los cortes mencionados, hay una carrera de más de 50 años que merece celebración, al menos entre los fieles hasta la muerte. Sin duda, es la fotografía de un momento mágico, en medio de una cátedra maestra de jerarquía y poder que nos deja pidiendo explicaciones…
¡Al carajo las explicaciones!, si “Frost & Fire” -el corte titular del LP debut- y “Black Machine” -otra gema de “King of the Dead“-, caen como bombazos sobre un público sumido en el trance de metal y psicodelia que Cirith Ungol proyecta en el directo. Admirable la forma en que estos señores revitalizan su material, hasta transformarlo en un show demoledor. Robert Garven, infatigable en su labor, aprovecha la empezada de “Looking Glass” para demostrar su vigor intacto en la batería. En la misma sintonía, el sonido denso que le saca Jarvis Leatherby al bajo emula el distintivo sonoro de Cirith Ungol en su etapa primigenia, con Armand John Anthony dejando la vida en su tarea solista, hasta la última gota de transpiración. Un combo instrumental que el agudo lacerante de Tim Baker completa para recrear la vibra primaria de un capítulo de culto.
Otra pasada al ciclo reciente, representado por “Forever Black“, la que le da título a la obra del 2020. Y con todo el poder de destrucción atómica gravitando en las bajas frecuencias a cargo de Jarvis, “Master of the Pit” termina por echar abajo todo en favor de su matriz imperial. Sobran las metáforas y está demás el análisis clínico en esta instancia de fulgor creativo traspasado a la descarga de poder absoluto en vivo. Aquí no importa nada, salvo desconectarnos de la realidad cotidiana y explorar un terreno frondoso con sus atractivos y peligros en cuestión. Por algo lo dijimos más arriba; Cirith Ungol no se guarda nada en el directo y “Master of the Pit” es de aquellos pasajes que define la consistencia de un estilo a prueba de tendencias. Pegada le sigue la titular “King of the Dead“, igual que en el disco y con su intro señorial aplastando todo a su paso. Un recordatorio, además, de lo importante que es la convicción para tocar lento y pesado, con la velocidad hasta cierto punto y despojado de cualquier intento de monstruismo.
En la recta final, una excelente “Down Below” dándole la última pasada a “Dark Parade“, una placa que tiene todo lo que el fanático de Cirith Ungol y todo el metal de viejo cuño busca explorar hasta su núcleo. Y el broche de oro llega con “Join the Legion“, del subestimado pero no menos importante “Paradise Lost” (1991), y con centenares de puños en alto ante un llamado simple pero preciso. Suficiente para que las legiones infernales unan sus voces en un solo grito de orden.

No quepa duda de que la visita de Cirith Ungol a Chile, incluso en el marco de su gira de despedida, es un hito cuando hablamos de espectáculo en base a lo que importa. Incluso ante la omisión en los registros por parte de una prensa que prioriza los mismos nombres grandes, quienes en su día le juramos fidelidad a la espada, sabemos que es en el foso de los muertos donde el raciocinio a sangre y hierro es la única llave que puede abrir el paso montañoso a Mordor. Y si llevamos a la práctica el principal rasgo de las bandas de culto -o para entendidos, como prefiera-, Cirith Ungol marca la diferencia entre la “experiencia” de la curiosidad y la firmeza de un estilo inquebrantable como el acero.
Produjo: Spider.