Rugido Austral

GRAVEYARD & DANKO JONES EN CLUB CHOCOLATE: EL ÉXTASIS NARCÓTICO DEL ROCK

Los sones que hicieron vibrar la noche de un maldito martes de marzo en Santiago fueron producidos en un escenario que se fundó en una calidad interpretativa que dejó los pelos de punta, la pasión desbordante, el sudor que mojaba la espalda, el desenfreno desmedido en conjunto con el canto al cielo de cientos de gargantas transformó una velada en magnetismo y pasión por ese maldito y eterno rock.

DEVIL PRESLEY

El inicio fue cargado a ese sonido duro y directo, dar rienda suelta a esa pasión sin límites que significa pararse sobre el escenario para descargar con furia incontables riffs que transmiten furia y desahogo, aquellos nos transportaron a esas noches de excesos prolongadas al paroxismo, con el alcohol besando los labios y los ojos puestos en el abismo, Devil Presley nos llevó a esa rudeza desde el inicio, sin parafernalia ni nimiedades, pero con unos cojones inmensos, los oriundos de Santiago reventaron la noche a punta de clásicos, una presentación soberbia, un sonido de lujo que nos llevó a momentos únicos.

Con su potencia característica en su sonido, con los decibeles al máximo y una actitud que desafía lo convencional, Devil Presley conquistó a sus aficionados y los que no son tanto, a punta de buen, enérgico y robusto rock. Su capacidad para evolucionar, mientras mantiene sus duras raíces musicales, ha sido clave en una resonancia continua entre diversas generaciones de seguidores, quedando demostrado en la explanada de la Sala Metrónomo, en donde se conjugaron “jóvenes” y “adultos” para dar rienda suelta al desenfreno de principio a fin.

Ese olor hipnótico lleno de alcohol que contiene cada melodía que desfundan, hacen querer abrir más de una botella y dejarse llevar por la lujuria, el sexo y el rock’n’roll, que a estas alturas no dan tregua en una Metrónomo que mientras avanzan los minutos se comienzan a repletar sus rincones con fanáticos de los oscuros sonidos que nos transportan a un lugar lejos de esta maldita ciudad. Aceptamos el llamado que nos hace la banda y ya vamos por el segundo o tercer vaso, agarramos el morral, comenzando el viaje por los sonidos que llenan el alma, no sabemos cómo terminaremos, pero la intensidad de las guitarras nos hace aterrizar para seguir rockeando sin parar.

Devil Presley demostró su versatilidad y evolución que ha mantenido a lo largo de todos los años en el ruedo, girando constantemente, recorriendo múltiples escenarios, trascendiendo los límites y las fronteras, presentación soberbia que prendió la noche para seguir con el cuerpo prendido en la arena rockera.

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Danko jones

Danko Jones nos mira y nos grita a todo pulmón Guess who’s back? ¡A lo cuales la fanaticada enfervorizada contesta “Me, motherfucker! Take your best shot.  A veces cuesta creer que esa energía pueda ser lograda por un trío, pero así es, se desborda actitud, estilo y saber estar encima de ese quemante proscenio, mientras van cayendo tema tras tema, manteniendo una in crescendo constante y absoluto.

 El propio Danko Jones no es de mucho diálogo entre canciones, por lo que he visto en sus presentaciones en vivo, pero anoche por lo menos la interacción del canadiense fue constante y en todo momento, instándonos a repudiarlos, aplaudirlo o incitarlo a que entregue en cada nota lo mejor de sí. El trío que forma Danko Jones irradia constante desenfreno y en cada golpe que se proyecta desde el escario vuelve a la Metrónomo en un ente de barro que puede resquebrajar sus paredes para dar paso al apocalipsis.

 Danko Jones, deja en éxtasis al público con ese hard rock ondero y honesto, con algún que otro matiz punk, garaje y blues. Lo de Danko Jones es puro y duro, haciendo remecer todo tu cuerpo lo de anoche fue un constante éxtasis.  

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graveyard

Las luces se apagan, la introspección se vuelve profunda más al primer latido de los acordes primarios, la espera se volvió un vendaval sonoro que llenó cada rincón del salón, en donde espectros venidos del pasado refrescaron un tanto el calor, que como magma explotaba desde el escenario, mientras los suecos se entregaban en cada nota que profesaban, la energía se volvió imperecedera. El sonido de Graveyard se mostró ingobernable e inagotable desde el primer momento, cuando en un soplo marcado por el destino los hizo pisar por segunda vez el maldito suelo capitalino, el público ávido de esos sonidos del alma, fueron transportados por olas furiosas que navegaron en aguas que constantemente se agitaban, el canto quebró la noche, volviendo cada palabra en un hipnótico trance, cada segundo fue ejecutado a la perfección, Joakim Nilsson y sus empaladores nos llevaron a momentos épicos, siendo la primera parte una bocana de energía que no daba tregua, cada presente fuimos un ramillete que desbordó una tensión lisérgica, con ese magma que no paraba.

Graveyard detonó una energía eléctrica que electrifica, cuya fórmula, sostenida en las gruesas líneas de bajo y portentosos cambios de ritmo, en donde la batería se volvió por sí misma un ejército descomunal que a cada tema dejó brotar divinidad, el aire y el ambiente quedó cargado de estática que se iba nutriendo una y otra vez en una presentación que nos entregó respiro. Por lo mismo, no es errado decir que los conjuros con los que nos hipnotizó Graveyard dejó a todo el mundo en otro plano por muchos momentos, el corazón latió imparable como un potro que era puesto en libertad de años de encierro y esa libertad era vivida a cada segundo como si fuera el último.

El balance perfecto era absorbido por los temas más lentos, esos llenos de melancolía de antaño, que arraigados en el pecho, desgarraron el alma de aquellos que embriagados por el oscuro y profundo blues que a medida que la banda inundaba cada instante de sus constelaciones del pasado, presente y futuro volvió todo el ambiente en un narcótico viaje sideral, dejando un mar de salvia impura que una y otra vez recorrió las venas partidas, por el azufre del rock.

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