Rugido Austral

ARTEAGA Y HERALDICA DE MANDRAKE
EN MI BAR

Escrito por KORGULL MCLEOD

Fotografías por MAGRO

Se cuenta con los dedos de una mano la cantidad de bandas chilenas que se bastan de una década para forjar una carrera completa. En el caso de Arteaga, desde su nutrido catálogo discográfico -17 lanzamientos, entre LPs y singles, todos editados en formato físico (cassette, vinilo)-, hasta un espectáculo que los tiene cada año girando por México y Europa, resulta extraordinario lo que es capaz de lograr una banda cuyo concepto e imagen ha variado dentro de sus propias ideas.

Hay un presente fulguroso que en tanto en el LP “Neon Ácido” (2023) y los singles “Alucarda” y “Vita Hot Knights”, traspasan al directo su enormidad. Al mismo tiempo, el lanzamiento del LP debut “Vol 1 Agradable” (2015), es un hito que parece lejano por su naturaleza. Y es que Arteaga, en esos primeros días, y un lustro antes de su primer gran escenario como soportes de Stoned Jesus (2017, Espacio San Diego), se tallaba como un power trío cuya imagen apelaba al ruido, el riff con el octanaje al máximo y, sobretodo, una actitud carnaza hasta la médula, Al más puro estilo de MC5, The Stooges y los primeros Motörhead, con algunas cucharadas de psicodelia y retro-rock en la misma frecuencia que Uncle Acid & the Deadbeats. Un puñado de nombres gloriosos, otro más contemporáneo, y en todos una idea consistente y efectiva: hacer cosas impensadas, apelar al humor como herramienta de inteligencia y echarse al bolsillo la corrección política.

Es menester enfatizar que no muchas agrupaciones con la misma cantidad de recorrido que Arteaga pueden jactarse de generar un respeto y admiración de semejante calibre. Sabemos que su discografía, adjunto a la forma en que ésta se presenta en vivo, es lo que habla por una banda en sí, y es un tema jodidamente ubicuo. Pero cuántas bandas, al menos en Chile, son capaces de fraguar una mística, el tema distinto, y proyectarla dentro y fuera del escenario con la misma consistencia. De ahí la convocatoria traducida a una asistencia repleta en el hoy tradicional MiBar, donde el amor por el doom, el stoner y similares, se vuelve una simbiosis de música pesada por quienes sabemos que acá hay algo quizás complicado de definir con palabras, pero que logra su cometido cuando hay una idea a transmitir más allá de la etiqueta o subgénero de turno.

Como en todo cumpleaños, el invitado debía estar a la altura y Heráldica de Mandrake cumple con todos los requisitos en cualquier cartel. Una banda que nace en el gusto por la tradición del doom y explora terrenos ignotos que lo acercan al rock progresivo con olor a madera, lo que nos hace pensar en los Rush circa ’75, los primeros dos trabajos de Queen y, por qué no, la época gabrieliana de Genesis. “Nunca bastó con Rezar“, su nuevo trabajo, y recién salido del horno, avizora buenos augurios en cuanto a ideas frescas, y lo podemos notar desde el arranque con “Incertidumbre y Gloria“, un bombazo de metal pesado que se mantiene constante y poderoso hasta la marcha tribal en el cierre. De ahí, casi sin pausa y sosteniendo la atmósfera, “No me inclino ante nadie” nos devuelve a la época de “No hay caminos cortos a la Libertad” (2017), esta vez como un himno a cantar con puño en alto. Nótese que, a pesar de la distancia de 8 años entre el primer y LP y el lanzamiento reciente, hay una coherencia que la banda ha trabajado minuciosamente para que en el directo convivan en la misma jerarquía.

Si bien la destreza técnica y la habilidad instrumental son requisitos de vital importancia en el funcionamiento de una banda, no se entiende a Heráldica de Mandrake sin ese elemento que lo hace un nombre distinto y referencial: la atmósfera, la teatralidad de una propuesta que nos sumerge en un mismo canto de resistencia contra los estamentos de un sistema implacable. Y lo que respiramos y caminamos en “Esto también pasará” basta para corroborar de qué está hecha esta banda que transita por senderos tan angostos como extensos, con el abismo frente a nuestras miradas.

Una suite de 20 minutos que explota toda la creatividad y experticia de sus intérpretes, comandados por Francisco Visceral en guitarra y voz, el ideólogo de una agrupación que se basta de tres personas para expandir una matriz sónica de tonalidades únicas. En la batería, Cristian Rivera aprovecha todos sus recursos con naturalidad y fuerza, ambas fundamentales para trazar los patrones y figuras que le dan a su labor un matiz de melodía y armonía, como una voz extra que radica en los kilos de expresividad impresos en cada golpe. Y en las bajas frecuencias, lo que se manda Martín Pavez en su puesto apela tanto a la solidez en plan ‘segunda guitarra’ como al fiato concebido con sus colegas más aventajados. Un músico de bajo perfil escénico, pero que derrocha contundencia en lo que importa y, especialmente, aporta en las voces de apoyo para lograr el efecto deseado.

La dedicatoria a Vicente Zamorano, es tan obligatoria como genuina. No será la única en la jornada, pues lo que aportó Vicente tanto en Heráldica como en los anfitriones lo hizo trascender más allá del plano musical. Y en ambas bandas, la teoría de David Byrne respecto a la relación entre la aspereza técnica y la emoción más profunda, se vuelve un hecho con rasgos de axioma. Lo que hace de esta fiesta de cumpleaños un contexto para generar recuerdo en base a aquellas ideas que persisten ante todo y contra todos.

Con el reducto ubicado en avenida Santa Isabel ya colmado y dispuesto al plato de fondo, el patadón sónico de “Necromance” nos alerta para el recorrido por los pasajes más memorables de un catálogo que se traspasa al directo como un espectáculo retumbante. A lo que van, sin truco ni doble intención, con el propósito de expandir su huella de fuzz y psicodelia satánica que les ha valido un lugar merecido en el circuito underground tanto en Chile como en otras latitudes del Globo. Le siguen “Alocarda” y “Pisteando con Satanás“, ambas casi pegadas una a la otra y buques insignia de un presente lozano. 

El bajo de Francisco “Peterete” González, también dueño de una voz distintiva que se desgañita cuando lo requiere el momento, es el centro gravitatorio de una banda que transita en el rock pesado a la antigua y, a la vez, expande su sonoridad más allá del tiempo. Dicha propagación es posible con el aporte de Oriana Portus en teclado, sintetizador y percusiones. Un elemento vital para desarrollar un sonido propio que, en vez de transar su bravura, le da un matiz trascendente y único a la vez. Es la ética de trabajo que prima en una banda que se aferra a las viejas formas pero le imprime una cuota de distinción que se potencia en vivo con una producción escénica apela a la celebración de lo maldito, con la imaginería del cine porno italiano de los ’60-’70s fluyendo desde la voz de Peterete, un frontman y líder proveniente de una época lejana, o puede que no tanto. 

Al núcleo formado por Francisco y Oriana, debemos sumar el despliegue que se manda Javier López en batería y Sebastián Bazán en la guitarra, ambos dotados de un componente de fiereza que se ajustan a la perfección en la maquinaria de ruido y electricidad de Arteaga. Y si bien la resistencia es un tema primordial en la ejecución, también hay un propósito que debe ser igual o más importante. Lo que notamos en “Vita Hot Knights“, una canción de tristeza y pérdida que se viste en un ropaje de celebración “a quienes quedamos en la Tierra” -en palabras de Francisco. “Black Sabbath con la bola disco”, una locura si consideramos que en el doom y estilos de similar naturaleza hay reglas inquebrantables. Pero basta con la nube de burbujas en el escenario para disipar toda duda respecto a las convicciones de Arteaga y su idea del rock pesado respecto a cualquier cliché ajeno.

Si reparamos en el orden del repertorio, podremos notar el lugar y momento reservados para la sección dedicada al debut “Vol 1, Agradable“. Una sección dedicada a una época que hoy puede parecer lejana, pero que revive de manera especial con la subida al escenario del guitarrista Pelagio Infante y el baterista Domingo Lovera, arquitectos y albañiles del sonido espeso de Arteaga durante la época del estreno en grande, hoy reunidos como viejos amigos para rememorar las primeras hazañas. “Wiro” inicia la sección final, con el fuzz al tope y navegando en un mar de guitarras humeantes. Le sigue “Daga“, la embajadora del segundo LP “Vol. II, Dios Sol” -“una que no les va a gustar”, en palabras de Peterete-, con ese sabor a blues desértico post-borrachera que Arteaga lleva adherido en su rúbrica. 

En una fecha con la emoción a flor de piel, “Alma Perdida” reencuentra su espacio en el set como cerrando el círculo. No es solamente recordar los viejos tiempos, sino exponer el estado de gracia de un material relegado a la bodega de archivos, ahora asomando igual de nuevo, y quizás mucho más potente por lo que evoca. Y culminando el repaso por los días primigenios, “La Caída” termina por echar todo abajo, ahora con formación histórica y actual uniendo fuerzas en favor de un mismo sentimiento de raíz. 

A pedido de un público en llamas, y con toda razón, “Sátiro” le da el broche de oro a un cumpleaños agradable. Así, como reza el título del capítulo inaugural de un viaje que apunta a otros lugares, siempre dentro de una idea que no conoce de recetas probadas ni fórmulas seguras. Si hasta el “cumpleaños feliz”, cantado a pulmón por todo MiBar en el amanecer del espectáculo, forma parte de un universo que se rige bajo una sola regla: “no hay reglas”. Más claro, imposible.

Tanto en lo que escupen sus amplis a tubo en el directo como en las ideas que desarrolla en el estudio, Arteaga es una banda totalmente ajena a la curiosidad y el análisis de clínica. Hay algo en su rúbrica que les ha valido un respeto como fuerza nutrida de bríos en el desarrollo del rock pesado en Chile durante la última década. Te puede gustar mucho, te puede gustar nada, pero tienen algo que no solamente reúne lo mejor de un género determinado, sino que genera una convocatoria desde todos los rincones del underground, sea desde el doom, el metal más ‘old school’ o, incluso, del punk y las corrientes ligadas al hardcore.

Es probable que el diablo les haya obligado a hacerlo, a liderar tamaño culto hacia lo prohibido, lo peligroso. Y en estos tiempos al menos, el peligro y la sorpresa en el rock están más que asegurados. Desde esta humilde tribuna, les mandamos un brindis por estos 10 años, por una década agradable. Que vengan otros 10 o 20 años y cuanto más sean, y ahí nuevamente estaremos pisteando con Satanás, el que mete la cola cuando debe.

Esta reseña va dedicada a Vicente Zamorano y a todos quienes compartieron con él en vida. Un músico y amigo entrañable, quién dejó una huella gigante y potente. No solamente era un excelente músico e instrumentista, sino una persona que tenía algo que decir. Y lo dijo.